El futuro de la Argentina
La Argentina tiene la capacidad de producir alimentos para 400 millones de personas. Es una inmoralidad y un fracaso como comunidad que exista en nuestro país un solo chico que no tenga garantizada su buena alimentación y protección. Nada, absolutamente nada puede justificarlo. No existe algo más prioritario que subsanar.
Un niño desnutrido, malnutrido o poco estimulado tiene el cerebro en peligro. El desarrollo del cerebro, que se produce desde la gestación en el útero de la madre hasta pasados los 20 años, afronta durante ese tiempo diferentes períodos sensibles en los cuales genera nuevas conexiones. Su evolución óptima requiere los nutrientes adecuados, pero también un ambiente estimulante desde el punto de vista cognitivo y emocional, en el que exista una interacción productiva con un entorno que contribuya con su desarrollo. Cuando un niño crece en la pobreza o en la indigencia, la maduración de su cerebro puede sufrir un impacto negativo.
Los cerebros de los argentinos son el capital más importante que tenemos como nación. Ni Vaca Muerta, ni los campos sembrados de soja, ni las reservas del Banco Central valen más que eso. Entonces, que los cerebros de nuestros niños están mal nutridos y mal estimulados representa, además de una inmoralidad, una hipoteca social. Esos cerebros deben ser en el futuro próximo los que innoven, los que creen, los que sigan construyendo el país. La pobreza, la discriminación y la ignorancia restringen el crecimiento. La desigualdad y la falta de oportunidades generan desesperanza, apatía y violencia. La inversión en educación, en nuevas ideas y en la investigación científica y tecnológica incluye y crea trabajo. No se trata de lujos de los países desarrollados, sino de los cimientos de los países que quieren desarrollarse de una vez por todas.
Estamos a tiempo. Así como la ciencia nos lleva a través de datos a precisar la cruel realidad de lo que pasa con un cerebro desnutrido o poco estimulado, también nos abre la puerta a cierto optimismo y, en eso, a la posibilidad y la necesidad de intervención urgente a través de las políticas. Tenemos una chance más.
La educación y el estilo de los cuidados de los padres son un factor clave. Y esto es urgente, porque cuanto antes ocurre en la vida del chico, mejor.
"La infancia juega en la tierra. Son los años más felices. Aunque a veces la pobreza nos deja sus cicatrices", canta Peteco Carabajal. Evitar las heridas o, si ya están abiertas, comenzar a curarlas de inmediato. Espabilarnos y darnos cuenta de lo que es obvio: la alacena está llena y nuestros hijos no pueden tener hambre ni dejar de aprender. No puede pasar en ningún lugar del mundo. No puede pasar en nuestra casa, la Argentina.