Resiliencia ¿Qué nos hace más resistentes a la ansiedad?
Resiliencia. Este concepto lo tomamos prestado de la ingeniería. Hace referencia a la capacidad que tienen los materiales para volver a un estado anterior, tras un proceso de deformación. En psicología la presión está referida especialmente a la ansiedad y a la tristeza, siendo el estado anterior el de calma y bienestar.
En otras ocasiones he hablado de conceptos que por separado son muy importantes para entender cómo nos sentimos. Conceptos como resiliencia, exigencia, necesidad de control, locus de control, egodistonía, optimismo y pesimismo son la base para poder definir qué características de personalidad nos hacen más resistentes ante la ansiedad y la depresión. Le recomiendo que si le interesa este artículo eche un vistazo a esos conceptos más detenidamente. Le ayudarán entender mejor esta idea.
Ante situaciones como un posible despido, semanas de trabajo con muchas cosas pendientes que no acaban de resolverse, pérdidas de personas queridas, diagnóstico de enfermedades graves… En función de nuestras características de personalidad y nuestras habilidades, se producirán diferentes niveles de desgaste en nosotros mismos. No a todo el mundo le afectan de igual modo estos acontecimientos. Hay quienes se hunden y otros que salen más reforzados, o por lo menos no dañados. A esto se le llama resiliencia. Según lo resiliente que es cada uno, así hará frente a sus circunstancias con mayor o menor éxito.
Por tanto, ¿qué características debe potenciar una persona para protegerse de la ansiedad y la tristeza?
Todas las características están entrelazadas. Son habilidades que se complementan y potencian la resiliencia. Veamos las principales:
1) Conseguir que las situaciones a las que uno se enfrenta sean un reto, algo deseado, o por lo menos aceptado. Enfrentarse a una tarea y estar deseando alejarse todo el tiempo, no hace que la percepción sea de reto. En todo caso se generará desesperanza y deseo de acabar lo antes posible. Esto multiplica el desgaste y dificulta la percepción de satisfacción cuando se alcanzan las metas. Así que es bueno preguntarse, ¿..y yo qué quiero?, ¿quiero afrontar lo que hay? Si la respuesta es “no”, o “quiero que cambien los demás”, lo mejor será dejar lo antes posible la situación si no queremos desgastarnos en exceso.
2) Capacidad para crear expectativas realistas. No siempre somos capaces de asumir lo que podemos obtener en una situación, o somos capaces de aceptar las dificultades a las que nos vamos a enfrentar. Ser capaces de entender lo que tenemos y ajustar las expectativas a lo que conseguiremos, nos hará más fuertes ante el ansiedad y la tristeza.
3) Optimismo, en comparación al pesimismo. Podemos decir que el pesimista suele ver más los aspectos negativos porque se enfoca en lo que falta, en lo que ha de mejorarse. De este modo tiene la sensación de que una vez resueltos todos los peros, podrá disfrutar de lo que desea. Siente que habrá alcanzado su meta. La tendencia del pesimista es la de destinar mucha energía a encontrar las soluciones que necesita. Puede creer que si no se presiona y no está atento a lo negativo, no conseguirá su fin y fracasará. Por tanto el pesimismo tiene partes buenas pero ayuda poco a la resiliencia de cada uno. Perseguir el éxito desde el pesimismo desgasta. En cambio hacerlo desde el optimismo implica en parte saber adaptar las expectativas, y ser capaz de hacer renuncias para conseguir el máximo dentro de unos márgenes realistas.
4) Niveles de exigencia y capacidad para hacer renuncias. Este punto está muy ligado a los dos anteriores. Es muy bueno ser exigente o autoexigente, pero si no sabemos escuchar nuestras sensaciones de desgaste y hacer renuncias a tiempo, cuando nos queramos dar cuenta nos habremos quemado más de lo necesario. Quizás para entonces sea tarde y deberemos pagar con excesiva ansiedad o tristeza, por no haber renunciado a algo previamente. De hecho a menudo si no hacemos las renuncias a tiempo, pasará lo que tenga que pasar, pero no será usted quien lo haya decidido. Cabría añadir podemos renunciar a no hacer determinadas cosas, a posponer nuestro planes, pero también a veces hay que renunciar al aprecio de otros por decir algo incómodo, a no acabar una tarea de manera perfecta.
5) Darle la importancia correcta a las cosas. Sea realista, valore las consecuencias que se derivan de lo que a diario vive. Hay consecuencias inevitables, hay que aprender a vivir con ellas sin perseguir que cambien. No ser capaz de calibrar adecuadamente la importancia de lo que ocurre alrededor nuestro, puede potenciar enormemente la vivencia de malestar. Si nos enfocamos en el daño que nos producen los diferentes acontecimientos nuestra resiliencia se irá al traste.
6) Capacidad para afrontar las críticas de los demás cuando se toman decisiones, o se defienden necesidades. Cuanto mejor afrontemos las opiniones negativas, menos desgaste sentiremos. Los que manejan bien este tipo de situaciones son más resilientes.
7) Locus de control. Utilizamos este concepto para definir donde se halla la percepción de control de la persona sobre las situaciones del día a día. Si es externo el control no sentiremos que podemos resolver, o influir de una forma clara en la soluciones que deseamos a nuestros problemas o preocupaciones. Sin embargo, cuando es interno conseguimos seguridad, disminuimos la percepción de incertidumbre y amenaza. Potenciamos la autoestima y la resiliencia. Potenciar el locus de control interno nos hace mas resistentes ante la ansiedad y la tristeza.
8) Apoyos sociales y actividades de ocio. La capacidad individual para buscar y mantener relaciones sociales, unida a la capacidad para desarrollar actividades de ocio que ilusionen y estimulen, son potenciadoras de la resiliencia. Nos permiten hacer de contrapeso ante otras situaciones de ansiedad o tristeza que nos desgastan.