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La Crisis del Fútbol Argentino

El estado actual del fútbol argentino, calamitoso y con pronóstico reservado, obliga a plantearse el interrogante. ¿No se habrá tocado fondo? ¿No es ahora el más espantoso momento que haya vivido jamás el deporte más popular de la Argentina?

 

Los Sub 30, los chicos que no vieron consagrarse a la selección en México 1986, los que hoy se desviven por el equipo nacional y sufren cada una de sus derrotas, no podrían creerlo: pero medio siglo atrás, nadie le daba importancia a la selección. Nadie. El equipo nacional vivía en la orfandad. La figura del técnico estable también había sido barrida por el tsunami devastador de Suecia 58, después de dos décadas en las que Guillermo Stábile ocupó blandamente el cargo; y los técnicos se convocaban de un instante para otro sólo en función de las urgencias. La planificación era una quimera (O estaba apenas reservada a algunos clubes como Independiente, Racing o Estudiantes, que brillaron a nivel sudamericano e intercontinental).

Entre 1962, luego del Mundial de Chile, y 1969, la selección disputó menos de una veintena de partidos en territorio argentino: el público no se identificaba con la camiseta nacional. Durante ese desteñido período, el cargo de conductor lo ocuparon diez (¡10!) técnicos distintos: Muchos más que los 6 entrenadores (de Pekerman a Martino) que manejaron la selección en los últimos 12 años.

Aquel de los 60 fue un turbulento tobogán que acabó de manera pésima. El fondo se tocó cuando para el Mundial de 1974, la AFA contrató a un técnico argentino (Vladislao Cap) que estaba dirigiendo en Colombia y no conocía a los jugadores del medio local. Parece broma hoy, pero fue real. Ocurrió.

El escenario de estabilidad que siguió a continuación, cuando gracias a una condición política muy favorable la AFA compró el proyecto de César Luis Menotti, le abrió a la selección las puertas de su era de oro. Tanto el menottismo como el bilardismo aprovecharon los frutos de aquella concepción en la que el equipo nacional era auténtica prioridad y su necesidad reinaba por sobre el deseo de los clubes.

El de DT de la selección era el cargo más seguro del fútbol argentino. Esa solidez se fue inexorablemente a pique, como casi todo lo que tocaron los dirigentes de la calle Viamonte. Esos que hicieron lo posible para transformar su tiempo en una etapa tan oscura como aquella que ya había quedado enterrada en la historia.

Argentina tiene su propia némesis de camiseta roja. El Chile 15-16 llena el mismo formulario que la España ´08. Pero Argentina no es Alemania. No hay institución. No hay plan. No hay recursos. No hay proyecto. No hay conducción. No hay idea. Fracaso no es perder dos finales seguidas con Chile. Respeto a un seleccionado que, mezclando una excelente generación de jugadores con una idea de juego, aprendió a competir y a ganar. El verdadero fracaso es tener un fútbol argentino en descomposición. En este momento, elijo exigirles más a los dirigentes que a los jugadores.


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